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ALMA SAYAGUESA
LA ESCUELA

CABECITAS rubias,
guardapolvos blancos
cubren de la calle
todo el empedrado.

A la escuela alegres
corren los muchachos,
la cartera al hombro
y un canto en los labios.

Entran al colegio
contentos y ufanos
y en el grado ocupan
cada cual su banco.

Empuñan los útiles
para sus trabajos
y el señor maestro
empieza a enseñarlos.

¡Qué hermosos son todos!
¡Miradlos! ¡Miradlos!
¡Todos son iguales!
¡Lo mismo que hermanos!

Parece mentira
que al pasar los años
su destino sea
tan ingrato y vario. Mirad este niño...

¡Qué suave y qué blanco!
Acaso al ser hombre
se haga un tirano. Mirad ese otro ...
¡Qué ángel dorado!

Tal vez sea mañana
un negrero malo. Ved también aquel...
¡Qué ojos tan claros!
Quizás algún día
se manche matando.

Y éste que es ahora
amante al trabajo,
¿no se hará al ser hombre
un mísero vago?

Y esa bella niña,
¿no arrastrará acaso
en algún prostíbulo
el horrible fango?

¡Miradlos ahora!
¡Parecen hermanos!
¿ por qué su destino
es vario e ingrato?

Unos serán genteI
de bien y trabajo
que impulsen la marcha;
del progreso humano.

Los otros, bandidos,
burgueses y zangaños,
que chupen y duerman
como los parásitos.

Y algunos serán
parias despreciados
que vivan y mueran;
nadando en el barro.

¿Por qué, si al ser niños
son buenos y mansos,
se han de hacer los hombres,
cuando crecen, malos?

¿Por qué si al ser niños
son igual que hermanos
será su futuro;
tan ingrato y vario?

Es la lucha loca
de intereses bárbaros,
que hacen del pequeño
el hombre malvado.

M. Gejo

MANUEL GEJO