RAICES
Él era perigüelano, ella de Arcillo. Se casaron una mañana gélida de
diciembre, casi a finales del cincuenta y tantos. Sayago era esa tierra
dura donde el hambre era un regalo macabro de posguerra. No tenían
estudios, pero sí la sabiduría que da el campo. Con ello marcharon una
mañana en pos de un porvenir que se les antojaba incierto.
Por entonces, los viajes eran lentos, mezcla de cansancio e incertidumbre,
con largas paradas y pernoctaciones en pensiones ruinosas. El matrimonio
buscó el calor de las fraguas vizcaínas y, más tarde, el negro mineral de
las montañas leonesas, donde criar a una recatada prole de tres hijos (eran
otros tiempos).
El final de la vida laboral los llevó a la capital de provincias con más
futuro a priori, Valladolid. Pero nunca descuidaron sus raíces sayaguesas.
Decidieron volver a la casa de Pereruela, adecentar sus paredes,
reconstruir lo que antaño fuera un pajar. Así, el resto de la familia
podemos seguir anclados a unas raíces gruesas y poderosas, y ahora ellos
viven con gran tranquilidad un merecido descanso en los meses de buen
tiempo.
Alejandro García San-José