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ALMA SAYAGUESA
MI PATRIA

I
Un día lluvioso de noviembre,
por los campos de mi patria yo vagaba,
solitario y triste como el día,
llenándose mi alma de nostalgia,
al ver que mi patria sobre el campo
se quedaba abandonada y solitaria;
cubriéndose de árboles y arbustos,
de piedras, de peñas y de matas.
Cubierto hasta los anchos horizontes
el cielo por las nubes se encontraba,
unas nubes cenicientas que cubrían de triste sombra
a los campos y los suelos de mi patria.
Los cerros pedregosos se cubrían
de piedras, ardeviejas y retamas
y los otros que algún día se laborearon
de robles y de encinas y de matas.
La verdad, que pasé triste
por el suelo de mi patria solitaria,
recordando que era alegre algún día
cuando niño por ella yo pasaba.
¡Era un día apacible y sosegado
y me llenaron los recuerdos de nostalgia!
Nada había de placer en el ambiente
donde a veces yo feliz me deleitaba.
No veía por el campo ni una oveja,
ni tampoco en las praderas había vacas;
no oía silbos de vaqueros ni pastores,
ni tampoco el tañido de una flauta,
ni tampoco aquel vibrar de mis abuelos
que tocaban castañuelas y bailaban
y que al son de tamboril y pandereta
cantaron alegres sus gargantas,
las coplas y cantares,
estribillos y tonadas,
que hicieran el ambiente más alegre
y las brisas y las auras aún más sanas.
No vi tampoco una mozuela,
que cuidando las ovejas o las vacas,
tejiera con sus manos inocentes,
unas prendas de vestir con fina lana
y que sentada en el mantón o sobre el suelo
cayendo pelusilla sobre el halda,
el tímido y travieso pastorcillo
que en el campo tantas veces la acompaña,
de rodillas y mirando su regazo,
por temor y venerarla, ni soplara.
Era un día ceniciento de noviembre,
que aburrido y descontento yo me hallaba,
porque el campo tan alegre de otras veces
mudo y triste iba quedando ya en mi patria.
No cantaban los canoros ruiseñores
ni las aves peregrinas que se marchan,
ni las otras que se quedan y no emigran
y que mudas el invierno casi pasan,
esperando que al llegar la primavera
amorosas y felices todas cantan…
Pasé triste, pasé solo,
por los campos de mi patria solitaria,
añorando la alegría de otros tiempos
y sufriendo por la pena y la nostalgia.
¡Las aves peregrinas se habían ido
y las otras del país ya no cantaban…!
Disminuyen los rebaños en el campo
y son menos las boyadas y las piaras.
Las pastoras y vaqueras ya no existen
y los jóvenes del pueblo, se nos marchan;
y las tierras de la hoja que verdean
van quedando entre otras salteadas
que se quedan sin sembrar y sin ararse,
que los viejos campesinos no las labran,
pues que saben que es mayor trabajo y coste
que el provecho que le rinden las ganancias.
Y los brazos que labraron esos campos
y los cuerpos ya caducos, que bregaban,
los unos se encuentran ya sin fuerzas
y los otros, en las tumbas ya descansan…
Y las tierras que algún día se descuajaron
y quitaron los zarzales y las matas
y que dieron al granero cereales,
(diario alimento de la grey humana);
se vuelvan a cubrir por la maleza
criando poco más que hierbas malas.
Y las casas del labriego allá en el pueblo,
que sus dueños y ganados habitaban,
van quedándose ruinosas y vacías,
que de pocos descendientes, muchos marchan;
que las grandes ciudades de esta época,
creciendo muy deprisa, bien se ensanchan
y se absorben y se tragan a los pueblos
como tragan las culebras a las ranas;
y perdonen este modo de expresarme
e interpreten de sentido la metáfora.
Era un día nuboso de noviembre,
que en el campo solitario me encontraba,
pensando en el vivir que me contaron
y añorando aquel sentir que se alejaba,
que encerraba la virtud y la alegría
y el amor del que trabaja y que bien ama;
y recordando aquel vivir, que de pequeño
con gusto yo feliz siempre gozaba.
¡Qué solos y aburridos
quédanse los campos de mi patria…!
Y el ambiente del pueblo, ¡qué apagado!
¡Qué pocas son las casa habitadas!
¡Qué pocas son las gentes que trajinan!
¡Qué pocos son los hombres que trabajan!
¡Qué pocas las mujeres que se juntan
haciendo su labor en la ‘solana’!
¡Qué pocas son las fiestas e ilusiones!
¡Qué pocos los mocitos que se aman!
¡Qué pocas son las bodas y bautizos!
¡Tan sólo los difuntos igual marchan…!

II
Yo quisiera, patria mía!,
que la vida siempre fuera alegra y sana;
que el trabajo que es virtud y necesario,
se llevara con amor, y sus ventajas
grandes fueran y en el mundo,
las guerras y rencillas se acabaran
y las hambre y miserias
y las cosas y pecados que nos dañan;
para darnos el abrazo de la paz
y el amor de las almas que se aman,
para hacernos hermanos de tal forma
sin diferencias de clases ni de razas.
Que crezca la ciudad y que progrese,
que se colme con los pueblos de abundancia;
que se amen, que trabajen y produzcan
y que reine el amor y la esperanza;
y que recen en las grandes catedrales
y también en la ermita solitaria;
que se amen en palacios y castillos,
en jardines, en paseos y en la playa;
en la villa, en el pueblo y en la aldea,
en la casa, en la choza y la cabaña,
en el valle, en el monte, en la fiesta,
en el trabajo, en la calle y en la plaza,
en el río y en el mar,
en el parque y la montaña.
Que produzcan estos campos y se pueblen
de ganados y de seres que se aman,
y que queden las selvas tenebrosas,
para lobos, para fieras y alimañas;
que basta conservar allí su especie
y que vaya allí el señor ese de fauna
y que traiga a la ‘tele’ las imágenes
que recoja allá en el bosque con sus cámaras.
Que crezcan las ciudades y los pueblos,
que produzcan, que se amen, que prosperen y que nazcan
otros hijos, (que fecunden esta tierra),
fruto sano de los seres que se aman;
y se llenen de vida nuestros pueblos
y los montes de aroma, flora y fauna,
y las gentes que trajinan en el campo
que no sean en su ambiente tan esclavas
y cuando pase otro poeta, que te cante
algo que no sea: la patria solitaria.

Abel Felipe
Junio, 2010


Abel F. Pordomingo