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Nuestros pueblos: PERERUELA
Situación: Pereruela, situada en la comarca natural de Sayago, se encuentra encerrada entre los agrestes e inhóspitos parajes de las Arribes del río Duero. Es el primer pueblo de la comarca sayaguesa partiendo desde Zamora por la C527.

Origen: Sin datos.

Historia: Los puntos elevados de este paraje cobijaron por lo menos desde el IV milenio a. C. en el neolítico final, a los primitivos perigüelanos que vivían de la caza, la pesca y una agricultura rudimentaria, siendo, por ahora, los primeros que elaboraron la alfarería perigüelana con los mismos barros que se siguen empleando en la actualidad y marcando una línea de fabricación que ha llegado a nuestros días.  La industria lítica y la alfarería recogida en superficie marca unos registros cronológicos de los primeros cuatro, tal vez alguno más, milenios antes de Cristo, siendo, para la industria del barro, la época más floreciente la Edad del Hierro a lo largo del primer milenio a. C. Sin embargo, hay que destacar que un fragmento del calcolítico por su decoración, puntos encerrados entre triángulos o líneas quebradas, similar a la de otros lugares zamoranos, como las Pozas en Casaseca de las Chanas, y el castro portugués de Sacoias, «permite atestiguar, dice Delibes de Castro, cierta afinidad e incluso algún tipo de comunicación entre tales espacios»; afirmación ésta que se ve reforzada porque el material lítico: microlitos, puntas de flecha, fragmentos de hacha, lascas, elementos de hoz, azuela, restos de talla, etcétera, además de hablarnos de fabricación en el lugar, también confirman, con los modelos repetidos o copiados de otros lugares, ese contacto entre diferentes asentamientos humanos.  A parte de actividades normales como la caza, la pesca, la cría de ganado, nos encontramos que practicaban una agricultura rudimentaria porque los terrenos del lugar son más ligeros que los que rodean al pueblo actual de Pereruela, muy duros de trabajar por la arcilla.  El hombre en los Hociles vive hasta el siglo III, tal vez el II a. C. Lo que sí queda claro, por ahora, es que no llega a la época romana, que es cuando empezamos a saber de la existencia del pueblo actual por la cerámica que, de momento, fija un asentamiento en el siglo I d. C. en torno a una pequeña fortificación romana o “turris”. Estos emplazamientos eran utilizados como centro de control y policía a lo largo de rutas estratégicas y nudos de comunicación y vados de ríos, y Pereruela fue un cruce de calzadas, de las que aún quedan, aunque algo o muy maltrechos, tres puentes: el de Judiez y el de las Urrietas en la calzada de Miranda, el del Potato (La Pueblica) en la de Carbellino, y restos de un cuarto en el puente Quebrada en la calzada de Sayago.  A lo largo de esta última demarcación, de sur a norte buscando el Duero, corre la Ribera (en los mapas figura como ribera de Sobradillo) que nace en el Teso Santo de Peñausende y pasa bordeando las faldas del cerro del Castillo de dicha localidad, y, ademas, por Tamame, Mogatar, Sobradillo y Pereruela donde se une al río. A lo largo de su recorrido existieron una veintena de molinos, de los que seis corresponden al último pueblo. Prácticamente todo su itinerario está vigilado por las rocas, pero es en Pereruela donde éstas lo hacen de forma avasalladora.  Nada más dejar atrás el término de Sobradillo de Palomares se encuentra el paraje más sorprendente y emblemático para los naturales, los Hociles, en los que un impresionante derrumbamiento rocoso oculta el lecho de la ribera a lo largo de 200 metros en los que el agua ha formado galerías como la de la Chimenea del Diablo y la Sala del Tesoro o de los Asientos que con sus sinuosas formas han alimentado la imaginación popular.  La magia del lugar se acentúa con la llegada de la estación de las lluvias cuando el agua desaparece bajo las rocas; y si el caudal es muy abundante las enormes peñas retumban. La espectacularidad sube de tono cuando tras una fuerte tormenta, aunque el arroyo esté seco, o después de muchos días de continuas y excesivas lluvias, cosa rara, el desfiladero es incapaz de absorber el caudal y el agua, estrepitosamente rebasa la parte más honda del desfiladero empequeñeciendo la más grande de las rocas, al tiempo que engrandece la espectacularidad del lugar. Pocas veces se puede contemplar tan impresionante imagen, ya que las condiciones descritas, salvo para alguien que se encuentra en aquellos parajes cuidando ganado y se vea sorprendido por la climatología adversa, disuaden a aventurarse a llegar hasta el lugar.  Pero si lo descrito crea el ambiente adecuado para la mitificación, éste aumenta hasta lo inimaginable cuando ya avanzado el estío, si el arroyo da muestras de sequía, hace tiempo que no llueve y el horizonte está despejado hasta más allá del Teso santo de Peñausende (dato a tener muy en cuenta por los aventureros y desconocedores de los riesgos del lugar por acumulación repentina de agua), linterna en mano nos adentramos por entre las rocas hasta las mismas entrañas de la Chimenea del Diablo para disfrutar de las dimensiones de la cueva y cómo rocas de colosales volúmenes forman su bóveda, una imagen difícil de asimilar cuando descubrimos que, en condiciones normales, el agua accede al lugar por un pequeño pasadizo de arcos labrados por la erosión en la misma roca; al lado derecho hay una hornacina hecha como a propósito, que no lo es, que empuja a la imaginación a pensar en un hipotético santuario.  Abandonamos la estancia en dirección aguas abajo, subiendo a una galería por entre hermosas hoyas taladradas en la roca viva por el agua con ayuda de los cantos rodados que las adornan en el fondo. Las peñas, como si buscaran unas la proximidad de las otras, tratan de cerrar el paso, de tal modo que para acceder a la siguiente gruta, hay que deslizarse por un ajustado pasadizo que obliga a pegarse a la roca como requisito imprescindible para acceder a la Sala del Tesoro o de los Asientos. En esta oquedad de reducidas dimensiones, la erosión ha labrado una especie de columnas retorcidas y asientos, así como una piedra frente a ellos a la que la tradición popular ha convertido en mesa.  Estas imágenes, contempladas en el pasado a la luz de una antorcha, creó en la fantasía popular la Sala del Tesoro en la que había un cordero de oro; a la que se le añadió, por obra y gracia de El Buen Mozo, bandolero él nacido y muerto en Pereruela en la segunda mitad del siglo XIX, lugar de reparto de botines y uno de sus escondrijos.  A pesar de que el lugar tiene muchas más oquedades, las descritas son las que han cautivado desde siempre a los perigüelanos, y, también, a pesar de los riesgos, desde tiempo inmemorial crearon la costumbre de entrar los niños del pueblo desde edades tempranas sin que nadie supiera dar una explicación.  Sin embargo, esta costumbre, practicada por los adolescentes que, sobre todo, cuidaban ganado en el campo, era sencillamente la herencia de algún ancestral ritual en el que los niños que ya apuntaban a la adolescencia dejaban enterrada la niñez entre las rocas; pero a la que la fuerza de la costumbre dejó en un simple entrar por desafío para demostrar a otros mayores que se era como ellos, que lo de niño había quedado atrás, y, por tanto, podían ser admitidos en el círculo de los mayores.  Paisaje y tradición así contados muy bien podrían formar parte de un relato sin más trascendencia que la de entretener y cautivar, como había sucedido hasta hace cuatro años en que, llevados por la creencia de que ese guión no podía ser fruto de la imaginación, sino que tenía que tener una base real, se descubrió que allí habían vivido los primeros perigüelanos, por ahora, de qué utensilios disponían y que tipos de vasijas fabricaban, y, en consecuencia, cómo había sido su vida. 

Tierra: El mismo Duero con sus impresionantes cortados rocosos y pronunciadas laderas, a las que los perigüelanos llaman “Arribas” y “Arribanzos”, ponen límite por el norte al término municipal. En esta zona poblada de monte de encinas, empieza el manchón granítico del sur del Duero, siendo su punto más elevado el mítico y viriatudo teso de Bárate con sus 799 metros. 

Industria: Varias industrias dedicadas a la manufactura de alfarería.

Monumentos: La iglesia en la que se puede ver un retablo barroco y otros elementos del siglo XVI. Muy espectaculares y dignos de visitar son los paisajes que nos ofrece este pueblo. la visita al Salto El Ladrón nos dará la primera gran impresión de lo que van a ser a partir de aquí Los Arribes del Duero. De visita obligada son Los Hociles en la Ribera de Sobradillo.  

Fiestas: 14-17 de Septiembre: Santa Eufemia.

Anécdotas: Sin datos.